Tumbando moto

Y así aprendí

¡Hola, hermanos de las dos ruedas! Hoy vengo a contaros, en tono algo distinto al de siempre, cómo fue mi “aventurilla” aprendiendo a tomar curvas con la moto, que, sinceramente, me hizo sudar más que en pleno agosto sevillano con la chaqueta de cordura puesta. Sufrí, pero no veas cómo lo disfruté… Y si, el de la foto soy yo.

Cuando empecé, me notaba más rígido que una barra de acero: veía las curvas y mi cerebro gritaba “¡Que pasada cuando lo domine! y tambien me gritaba ¡Cuidado!” mientras mis manos se aferraban al manillar con mucho, mucho respeto. ¡La madre que me parió, menudo acoj&/%! Ya sabéis, eso de inclinar y confiar en que los neumáticos agarran… parecía brujería. Pero, claro, todos queremos llegar a ser el Rossi del barrio, así que había que ponerle ganas.

Si no sabes bien, mejor que te enseñen

Primero, me apunté a un curso de técnica: quería que me explicaran bien la postura, dónde mirar y cómo negociar la trazada. Ahí aprendí el famoso “mira hacia dónde quieres ir, no donde vas”, que es una de esas frases que parecen de peli de Kung Fu, mientras el profesor mira al horizonte pero, oye, funciona que te cagas. Empecé a notar que, en lugar de centrarme en el asfalto justo delante, tenía que fijar el ojo en la salida de la curva. Y oye, mano de santo.

Primesos pasos

Una vez entendido lo básico, me tocó ponerlo en práctica en mis rutillas de fin de semana. Reconozco que durante las primeras salidas, iba a paso de tortuga e inclinando muy poco la moto. Mis colegas me adelantaban como si yo estuviera aparcado. “Tío, mete la moto con más alegría”, me soltaba uno ya después tomando algo en una terracita. Aun así, poco a poco, fui perdiéndole el miedo. Empecé a inclinar un pelín más, descubrir ese equilibrio entre frenar un poco antes y salir con un buen puñado de gas al final de la curva. Vamos, que cada curva se convirtió en un microdesafío.

La experiencia es un grado...

Con el tiempo, fue llegando la confianza necesaria para ‘tumbar’ con más gracia. Y entonces noté la diferencia: la moto va más estable, la rueda delantera agarra de maravilla y sientes ese placer indescriptible de tomar la curva como si bailaras con la carretera. Recuerdo el primer día que rocé la rodilla (y el susto que me di): una mezcla entre “madre mía, la que acabo de liar” y “vale, ya entiendo por qué dicen que esto engancha tanto”. Eso si, en circuito. No se me ocurre hacerlo en cualquier carretera.

...Y el tiempo un gran maestro

A día de hoy, no digo que sea Marc Márquez, pero ya entro en las curvas con una sonrisilla y sin que me dé un ataque de nervios. Así que, si estás en ese proceso, mi consejo de motero a motero es: no te obsesiones con forzar la máquina ni con la postura súper pro; ve a tu ritmo, cuida la técnica y, sobre todo, disfruta, que para eso tenemos la moto, ¿no?

Y nada más, fiera. Espero que mi historia te haya sacado alguna sonrisa y, de paso, te sirva para pillar confianza en esas curvas que tanto nos hacen flipar. ¡Gas y a rodar, hermanos! Nos vemos en la siguiente ruta.

No te pierdas...

La cadena, no te olvides de ella