Empiezo estas líneas con el corazón encogido al pensar en quienes, desde ayer, han tenido que lanzarse a la carretera sobre dos ruedas pese a la nieve y el frío. Entiendo perfectamente ese cosquilleo que sentimos al encender la moto, aunque nos espere un clima complicado, pero a veces es mejor aparcar la moto y coger el tren si es posible. A mí me pasa igual: el deseo de rodar siempre está ahí, pero soy consciente de que, en estas fechas, la prudencia no es opcional, y en casos como este, mas que obligatoria.
Recuerdo muchas situaciones en las que he tenido que enfrentarme a carreteras heladas por tener que ir trabajar. Los dedos se me quedaban tiesos, y me notaba un nudo en el estómago, solo de pensar en un posible resbalón por culpa de una placa de hielo. Realmente lo pasaba fatal y en ocasiones me tentaba la idea de «ponerme malo» y no ir por esas carreteras con la moto. Por eso, antes de emprender cualquier viaje con estas condiciones, reviso bien la presión de las ruedas, compruebo que llevo ropa adecuada y vigilo que las luces funcionen como deben. Además, adopto un ritmo bastante pausado: es mejor llegar un poco más tarde que arriesgarme a un susto.
Me parece fundamental valorar nuestras propias limitaciones. No tiene sentido creernos invencibles cuando la nieve y el hielo pueden ponernos en un aprieto en cuestión de segundos. Si veo que el asfalto está mal, no dudo en reducir la velocidad y aumentar la distancia con los vehículos de delante. También me fijo en las sombras y en los brillos sospechosos que delatan zonas heladas. Y, si en algún momento considero que la ruta se ha puesto demasiado peliaguda, me detengo a reponer fuerzas y a replantearme el camino.
En el fondo, siempre tengo en mente a la gente que me espera en casa. No quiero que se preocupen, que lo hacen, ni ponerme en peligro de forma absurda. Tampoco me gusta renunciar a mi pasión, pero he aprendido que la precaución es nuestra mejor compañera en esta época. Si noto que el frío me pasa factura o que estoy demasiado tenso, paro en cuanto puedo: un caldo caliente y una charla con otros moteros obran maravillas en el ánimo. Además, ese compañerismo es lo que realmente nos define en la carretera. Aunque si pudiera coger el tren, lo habría hecho.
Cada consejo que he recibido de moteros con más experiencia lo he agradecido enormemente. Aunque parezca básico, llevar prendas reflectantes o ajustar bien el casco puede marcar la diferencia cuando nieva. También intento ayudar a quien se queda tirado, porque sé lo que se siente al verse solo en mitad de un temporal. Ese gesto de humanidad es lo que nos une: cuidar los unos de los otros y asegurarnos de que llegamos a destino sin contratiempos.
Al fin y al cabo, andar en moto nos brinda sensaciones que ningún otro vehículo puede darnos, pero esa libertad hay que acompañarla de cabeza y de compañerismo. Siempre hay que ver si vale la pena continuar el viaje o si conviene aplazarlo. Y cuando llego a mi destino tras sortear nieve y frío, la satisfacción es inmensa. Me encanta compartir ese logro con quienes aman las dos ruedas tanto como yo. Nos une la misma pasión, y también la misma responsabilidad: disfrutar de la carretera sin olvidar que nuestra seguridad y la de quienes nos esperan es lo primero.
Dando Gas - 2025